La forma más rápida de acceder a las emociones es a través del movimiento.
El cuerpo expresa todas nuestras emociones, ya sea en forma de llanto, susto, sorpresa, alegría o miedo, y se organiza rápidamente para responder a las emociones produciendo cambios en las facciones del rostro, en la voz o el tono muscular. Y dependiendo de la intensidad de la emoción, los cambios pueden quedar atrapados en el cuerpo durante mucho tiempo, quizás para siempre.
Algo que me sorprendió en mis primeras clases individuales de Feldenkrais fue descubrir que algunos movimientos aun siendo muy lentos y suaves me hacían saltar las lágrimas. No un llanto intenso o desconsolado sino una tristeza espontánea que me hacía llorar. En esas sesiones individuales esperaba que el profesor no se diera cuenta, me avergonzaba pensar que pudiera preguntarme por qué lloraba y no saber darle una respuesta. Realmente no sabía por qué lloraba en ese preciso momento.
Después, durante la formación he visto a muchos compañeros en situaciones o emociones parecidas.
Ahora, cuando noto que me salta la lágrima al hacer un movimiento, intento repetirlo muy despacio, hacer la misma clase varias veces e intento encontrar una explicación. Así he podido descubrir que los movimientos de la escápula, el brazo y las costillas del lado izquierdo activan algunas emociones atrapadas en mí y aunque aún no tengo una explicación racional imagino que alguna vez, quizás siendo una niña, se guardaron ahí algunas emociones a las que puedo acceder ahora a través del movimiento.
El movimiento cuando es lento, suave y hecho con atención libera la musculatura, las tensiones innecesarias y las emociones. No se trata únicamente de mejorar la forma de movernos; practicar estas secuencias de movimentos con plena atención mejora nuestro estado de ánimo general y libera la musculatura física y mental.
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